domingo, 11 de diciembre de 2011

Resumen de teoría del desarrollo capitalista (Paul M. Sweezy)

TEORÍA DEL DESARROLLO CAPITALISTA (Paul M. Sweezy)

Para empezar es importante no confundir la producción de mercancías en general con el capitalismo. Es verdad que sólo bajo el capitalismo “todos o la mayoría de los productos toman la forma de mercancías”, de modo que puede decirse, ciertamente, que el capitalismo implica la producción de mercancías. Pero lo contrario no es verdad: la producción de mercancías no implica necesariamente el capitalismo. En realidad, un alto grado de desarrollo de la producción de mercancías es un prerrequisito necesario para la aparición del capitalismo. Por consiguiente, a fin de aplicar nuestra teoría del valor al analista del capitalismo es necesario ante todo examinar cuidadosamente los rasgos especiales que separan a esta forma de producción del concepto general de producción de mercancías.


El capitalismo, bajo la producción simple de mercancías, a la que mayormente, hasta ahora, hemos limitado nuestra atención, cada productor posee y trabaja con sus propios medios de producción; bajo el capitalismo la propiedad de los medios de producción corresponde a un conjunto de individuos, mientras que otro realiza el trabajo, son mercancías; es decir, unos y otra son objetos de cambio y, por lo mismo, portadores de valor de cambio. Se sigue que no sólo las relaciones entre propietarios, sino también las relaciones entre propietarios y no propietarios tienen el carácter de relaciones de cambio.

La relación entre producción de mercancías y capitalismo no es tan fácil y clara como parece: el capitalismo implica la producción de mercancías, pero ésta no implica necesariamente el capitalismo. Bajo este sistema productivo la propiedad de los medios de producción corresponde a un conjunto de individuos, mientras que el trabajo manual lo realizan otros. En la producción de mercancías, las relaciones entre propietarios tienen el carácter de relaciones de cambio, mientras que en el capitalismo a éstas hay que añadir las relaciones entre propietarios y no propietarios. Además, en el sistema capitalista la fuerza trabajo es considerada como una mercancía más, añadida a la provisión de factores productivos. Otra diferencia importante entre los dos sistemas económicos y productivos es que, en la producción simple de mercancías, los individuos empiezan con mercancías, las convierten en dinero y, finalmente, adquieren nuevas mercancías (M-D-M); en el sistema capitalista, en cambio, se empieza por el dinero, se adquieren nuevas mercancías y, por último, se venden estas mercancías para producir e ingresar una mayor cantidad de dinero (D-M-D’). Este incremento de dinero es lo que Marx llama plusvalía y que constituye el objetivo, la finalidad ultimo de todo capitalista. Esta plusvalía tiene origen en la nueva mercancía a disposición de los capitalistas: la fuerza de trabajo. Sin embargo, esta mercancía se procede de una “mercantilización” de los seres humanos, quienes venden su capacidad productiva a cambio de dinero; de aquí la dificultad en establecer un precio de mercado a esta mercancía tan peculiar. Según Marx, el valor de la fuerza de trabajo debe determinarse por el tiempo de trabajo necesario para la producción de una unidad; más especificadamente, para Marx el valor de la fuerza de trabajo es el valor de los medios de subsistencia necesarios para el mantenimiento digno del trabajador. De esto se deduce, por lo tanto, que el valor de la fuerza de trabajo se reduce al valor de una cantidad más o menos precisas de mercancías ordinarias y corrientes.
Según el análisis económico de Marx, la plusvalía no puede surgir del mero proceso de circulación de mercancías; asimismo, los materiales que entran en el proceso productivo tampoco pueden ser la fuente de la plusvalía. Por lo consiguiente, ésta deberá proceder de la fuerza trabajo, la nueva “mercancía” teorizada por Marx. Esto es así porque las unidades producidas por el obrero durante su jornada laboral no sólo cubren los costes salariales, sino que también exorbita esta producción, haciendo que todas las unidades adicionales sean producidas fuera del coste. En otras palabras, la jornada de trabajo puede dividirse en dos partes: el trabajo necesario y el trabajo excedente. Esta última parte es la que proporciona la plusvalía al capitalista, dado que en esta fase el trabajador está trabajando más de lo que le correspondería por convenio. Por lo tanto, lo específico del capitalismo es la forma que asume la explotación de una parte de la población por otra, a saber la producción de plusvalía.


Todo esto implica un análisis más profundo del valor de las mercancías. De hecho, podemos distinguir tres partes: el capital constante(c), el capital variable (v) y la plusvalía (p). La primera parte representa el valor de la maquinaria y los materiales usados; la segunda se refiere al valor de la fuerza de trabajo, mientras que la tercera sería el excedente de producción, que se queda en las manos del capitalista. La suma de los tres valores daría como resultado el valor total de la mercancía.


De esta ecuación (la columna vertebral del planteamiento económico marxista) se deriva el concepto de la tasa de plusvalía (la proporción de la plusvalía respecto al capital variable), que sería la forma capitalista de lo que Marx llama la tasa de explotación, o sea la proporción de trabajo excedente con respecto al trabajo necesario. Numéricamente, la tasa de explotación es idéntica a la tasa de plusvalía y pueden ser utilizados como sinónimos; sin embargo, cabe recordar que el primer es el concepto más general aplicable a todas las sociedades de explotación, mientras que el segundo solo se aplica al capitalismo. La magnitud de esta tasa es determinada por tres factores: la duración del día de trabajo, la cantidad de mercancías que entran en el salario real y la productividad del trabajo.
El segundo concepto derivado de la ecuación marxiana es la medida de la relación del capital constante con el capital variable en el capital total usado en la producción. Marx llama a esta relación la composición orgánica del capital, que sería una medida de la amplitud en que el trabajo es provisto de materiales, instrumentos y maquinaria en el proceso productivo.


Sin embargo, hay un concepto que es crucial para el capitalista y su sistema productivo: la tasa de ganancia. Ésta se define como la proporción de la plusvalía con respecto al desembolso total de capital. Su ecuación matemática sería p/ (c+v). Los factores que determinan esta tasa son los mismos que influyen sobre la tasa de plusvalía y la composición orgánica del capital. Asimismo, como en el caso de la plusvalía, también en el de la tasa de la ganancia se supone la igualdad general entre las industrias y las empresas, aunque si la experiencia real parece confutar y rechazar esta hipótesis. En efecto, esta igualdad se basa en tendencias reales existentes en la producción capitalista, que nacen de la fuerza de la competencia. Sin embargo, en la realidad podemos observar como las empresas tienden a formar oligopolios o incluso monopolios, lo que impide afirmar que la ley del valor de Marx sea correcta en todos los ámbitos.

 Ahora bien, según los críticos de Marx, el hecho de que la ley del valor no sea válida en el orden económico capitalista depende, según Marx, de un factor o serie de factores que oculta la esencia del capitalismo. Suponiendo que la composición orgánica del capital fuese la misma en todas las esferas de la producción, la ley del valor controlaría directamente el cambio de mercancías sin detener la explotación de los obreros por los capitalistas y sin reemplazar su deseo de ganancia.



Es importante señalar las causas que frenan y anulan la ley general de la tasa descendente de la ganancia:

1.       Abaratamiento de los elementos del capital constante. El uso creciente de maquinaria, elevando la productividad del trabajo, disminuye el valor por unidad del capital constante.
2.       Aumento de la intensidad de explotación. La prolongación de la jornada laboral eleva directamente la tasa de plusvalía, aumentando la cantidad de trabajo excedente sin afectar la de trabajo necesario.
3.       Depresión de los salarios más debajo de su valor. Un salario más bajo reduce los costes y aumenta las ganancias.
4.       Sobrepoblación relativa. La existencia de trabajadores desocupados conduce a la instalación del capital relativamente baja y, por lo tanto, una tasa de ganancia relativamente alta.
5.       Comercio exterior. El comercio exterior abarata los elementos del capital constante, reduciendo los costes de producción.


Sin embargo, esta ley tiene algunos fallos. Como hemos visto, Marx identifica la composición orgánica del capital con la tasa de plusvalía. Una composición orgánica ascendente del capital va de la mano con la creciente productividad del trabajo. Teniendo la tasa de plusvalía constante, esto implica que una mayor productividad produce salarios mayores, de manera que ésta beneficia tanto al obrero como al capitalista; de esto se deriva que el trabajo pasado, en forma de capital constante, mantiene una relación de competencia con el trabajo viviente y frena las demandas de este último. Por lo tanto sería más adecuado reconocer que la productividad ascendente tiende a llevar consigo una tasa más alta de plusvalía, que deja de ser constante y fija.
                Si adoptamos este enfoque y suponemos que tanto la composición orgánica del capital como la tasa de plusvalía son variables, entonces debemos deducir que la tasa de ganancia bajará si el porcentaje de aumento en la tasa de plusvalía es menor que el porcentaje de disminución en la proporción del capital variable respecto al capital total. Si estos argumentos son sólidos, se sigue que no hay ninguna suposición general de que los cambios en la composición orgánica del capital serán relativamente tan superiores a los cambios en la tasa de la plusvalía que los primeros dominaran los movimientos en la tasa de ganancia: la formulación de la ley de la tendencia descendente de la tasa de ganancia ya no es muy convincente. A pesar de todo, una cosa parece totalmente segura: el aumento en la composición orgánica del capital tenderá a restablecer la tasa de la plusvalía y, en esa forma, a acrecentar el volumen de la plusvalía más allá de lo que éste hubiera sido en ausencia del aumento de la composición orgánica del capital.


                Para terminar, es necesario hacer referencia a otras fuerzas o factores que tenderán a deprimir o a elevar la tasa de la ganancia. Entre las fuerzas tendientes a deprimir esta tasa podemos mencionar los sindicatos (luchan por el aumento del salario de los trabajadores o por la mejora de sus condiciones de vida, reduciendo así la plusvalía de los capitalistas) y la acción del Estado en beneficio y protección de los trabajadores (el marco institucional existente, como la limitación legal de la jornada de trabajo, el seguro contra el desempleo y la legislación destinada a salvaguardar el derecho de contratación colectiva representan un obstáculo a la actividad de los empresarios). Por lo contrario, las organizaciones patronales (los “antagonistas” de los sindicatos), la exportación del capital (que puede representar una válvula de escape muy válida en el caso de estrechez del mercado interno), la formación de monopolios y la acción del Estado en beneficio del capital (como por ejemplo las tarifas protectoras, que, así como los monopolios, pueden elevar la tasa de ganancia general) pueden contribuir a elevar la tasa de ganancia de los capitalistas. 


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América Latina y la seducción de Pekín


En 1904 un presidente de Estados Unidos, Theodore Roosevelt proclamaba la hora del Pacífico, que estaba preparado, aseguraba, para tomar el relevo del Atlántico, es decir, de Europa. Como buen visionario, se anticipaba a unos acontecimientos, que hoy se están haciendo realidad, pero no con Washington sino Pekín como primer actor.
América Latina aspira a disfrutar su cuota en el fenomenal crecimiento chino y del Pacífico asiático en general, y Pekín busca en la iberoesfera una fuente de materias primas, sobre todo de origen mineral. Entre los países en mejor disposición para ese aprovechamiento, aparte de Brasil que por su gigantismo y reservas de crudo se recomienda por sí solo, están Perú, Chile, Colombia y México, que apuestan por un nuevo eje mundial centrado en el océano de Balboa. Las cuatro naciones ribereñas firmaron este año el Acuerdo de Asociación Transpacífico (Pacific Partnership), que aspira a convertirse en la zona de libre comercio mayor del mundo.
El 60% de las exportaciones chilenas se dirigen ya a los 21 países de la APEC —la zona hormiguea de siglas económicas—; Perú sueña con esa conocida metáfora de Obras Públicas que la convertiría en puerta del mundo latinoamericano, en especial de Argentina y Brasil; México trata de reorientar una economía que siempre vio a Asia como rival ante Estados Unidos, país que recibe el 80% de sus exportaciones; y Colombia adopta el goloso eslogan de “paraíso de la inversión”. Los cuatro del Pacífico sumaron en 2010 el 55% de las exportaciones de toda América Latina, por valor de 438.000 millones de dólares, con un crecimiento de cerca del 25% anual desde 2005. China ya es el primer socio de Chile y Brasil, segundo de Argentina y Perú, y Latinoamérica en su conjunto, el quinto partenaire del coloso asiático. Esta semana se ha celebrado en Lima la V Cumbre China-América con la presencia de 400 empresas chinas, otras tantas peruanas, y 200 de países de la región. Pekín podría desplazar muy pronto a la UE del segundo lugar, solo superado por Estados Unidos, como comprador y vendedor en América Latina.
Esas cifras contrastan con la hecatombe económica europea, que tiene algo de revancha a ojos latinoamericanos y, notablemente, de la exmetrópoli, que solo dirige un 5,7% de su comercio exterior a sus antiguas colonias, pero no cuentan toda la historia. Las exportaciones de América Latina solo constituyen el 6% del total de importaciones chinas, de las que gran parte corresponde a Brasil; la inversión directa de Pekín es sensiblemente inferior a la que se dirige a otra gran fuente de materias primas, África, y está casi exclusivamente concentrada en la minería. A Latinoamérica le hace mucha más falta China que a China América Latina, por lo que en época de apreturas Pekín tendría la sartén por el mango.
China, que en 1995 importaba 500.000 barriles diarios de petróleo, requería en 2010 cinco millones, y se calcula que su voracidad energética crecerá en un 120% de aquí a 2035. Como informaba The Wall Street Journal sobrepasaba el año pasado a Estados Unidos como primer consumidor mundial de energía. Por el momento eso solo afecta en América Latina a Venezuela, que suministra a Pekín 419.000 barriles diarios de crudo, y tiene dificultades en aumentar esa cifra por su generosidad políticamente inspirada con Cuba, Nicaragua e islas antillanas. Por esa razón, Los yacimientos descubiertos en aguas del Atlántico brasileño, y cuya explotación aún no ha comenzado, podría consolidar un eje de intereses entre ambos países, al tiempo que reforzaría las aspiraciones de gran potencia de Brasilia. Una entente sino-brasileña no dejaría de preocupar al otro gran devorador de petróleo, Estados Unidos, cada vez menos activo en lo que un día se calificó de su patio trasero.
Pekín se halla en una posición similar a la de Washington al término de la II Guerra Mundial, cuando ya comenzaban a escasear sus reservas de petróleo, y debía diseñar una política de acceso a las fuentes de energía, hoy reflejada en la alianza con Arabia Saudí y las monarquías del Golfo. China no puede, obviamente, competir en poder blando con Washington, de igual forma que tampoco Confucio con Hollywood. Y por ello tiene que recurrir a llamativas pero modestas donaciones, llave en mano, como el estadio de San José en el que la roja hizo recientemente el ridículo. La seducción oriental no será, sin embargo, irresistible hasta que una flota de guerra china señoree las aguas del Pacífico latinoamericano.


Iberoamerica

Iberoamérica ante 2011


El Foro Iberoamérica se reunió por primera vez en la Ciudad de México a finales del año 2000. Hasta entonces, había conferencias de políticos con políticos, de empresarios con empresarios y de empresarios con políticos. La originalidad del Foro consistió en juntar políticos y empresarios con periodistas, intelectuales, artistas y escritores.
A lo largo de estos 12 años, el Foro ha dado testimonio de cambios sucesivos. Terminó la guerra fría. Había una gran confianza en el futuro de Europa. Estados Unidos gozó de una pasajera hegemonía. Brasil, China, India eran considerados “países del Tercer Mundo”.
Hoy, Europa sufre una doble crisis: de instituciones y de porvenir. Estados Unidos sigue siendo una gran potencia, pero ya no es la única. China, Brasil, India han ascendido a los primeros lugares. Hay nuevos polos de poder global. Pero persisten muy agudas diferencias sociales. Y hay nuevos procesos de información.
Todo esto convierte al 2011 en un año crucial. Conocemos los problemas. Ignoramos las soluciones. Sabemos que vamos. Pero no sabemos con exactitud adónde vamos. Si esto es propio de la historia, hay fechas en que ocurren grandes cambios aunque ignoramos el destino de los mismos.
Fecha crucial fue 1848 con las revoluciones en Francia, Alemania, el Imperio Austro-húngaro e Italia. Reprimidas por los Gobiernos autoritarios de la época, a la postre las grandes reivindicaciones revolucionarias se impusieron e ingresaron a las leyes y a la ideología de la modernidad. Jornada laboral de ocho horas. Prohibición del trabajo infantil. Derecho a la organización sindical. Derecho de huelga. Garantías individuales. Abolición de leyes privativas. No retroactividad de las leyes. La libertad de expresión. Derecho a la educación. Todas estas medidas, que hoy nos parecen consustanciales a la democracia, fueron ganadas con duras pruebas políticas, oposición de los poderes autoritarios y graduales concesiones. Derrotados primero, vencedores al cabo, sobre estos principios se fundó el Estado moderno, sus libertades políticas, de expresión y de organización.
Otro cambio mal entendido sucedió en 1968. El mayo parisino. La primavera de Praga. El octubre mexicano. Derrotas aparentes infligidas por el Gobierno francés, la Unión Soviética y el autoritarismo mexicano, al cabo permitieron que el Partido Socialista Francés se fortaleciera y llevara a la presidencia, durante 14 años, a François Mitterrand; que Checoslovaquia se integrara a la renovación del Este europeo tras el derrumbe de la Unión Soviética y que México, gradualmente, se encaminase a la democracia plena mediante las sabias y prudentes reformas impulsadas por Jesús Reyes Heroles.
2011 se perfila como otro año crucial. La simultaneidad de los movimientos democráticos en África del Norte y en el Medio Oriente. Los israelíes que quieren recuperar el impulso democrático de la fundación. Los indignados en España e Italia. Los movimientos en Reino Unido, en Chile y ahora en Estados Unidos, de Los Ángeles a Washington y Nueva York. Y los grandes movimientos migratorios, de América Latina a América del Norte, de África a Europa, reclamando la necesidad de desarrollo y justicia y entendiendo que en un mundo global se moverán no solo las cosas, sino las personas también.
La reacción a la novedad es muy vieja y se llama xenofobia, racismo, discriminación, privilegio. ¿Cómo responder? Con Estado, con empresa. Con sociedad civil. Todo reunido para una época distinta, amparando tiempos anteriores en que se infló demasiado al Estado o se le dio excesiva confianza a la empresa. La sociedad civil como norma reguladora.
¿Qué une positivamente a estos fenómenos? En Río de Janeiro, cada cual habló desde y para una América Latina que, esta vez, no fue el origen de la crisis. Pero todos entendemos que la crisis acabará por tocarnos. Para citar a un gran estadista y miembro fundador del Foro Iberoamérica, el expresidente Julio María Sanguinetti, asistamos a una nueva asignación de papeles, para el Estado, para la empresa, para las comunicaciones, en un mundo globalizado que “voltea fronteras” —cito a Sanguinetti— con el avance tecnológico.
En cada una de sus reuniones, el Foro Iberoamérica, que copresidimos el expresidente chileno Ricardo Lagos y yo mismo, ha puesto la mirada en el futuro pero ha estado atento, también, a las lecciones de nuestro pasado y a los problemas de nuestro presente. Como dijo en su hora Joaquim Nabuco, nos corresponde hoy reiterar que vale la pena poseer la libertad y vale la pena tener el valor de defender la libertad.